El Evangelio de Juan registra un incidente en el que un hombre que había sido ciego de nacimiento se encontró con Jesús y lo vio. Jesús hizo barro, se lo puso en los ojos y le dijo que fuera y se lavara en el estanque de Siloé. El ciego que obedeció la Palabra abrió los ojos y entró en contacto con el mundo luminoso.

Abrir los ojos de los ciegos fue algo sin precedentes, maravilloso y bendito, y también fue el cumplimiento de las profecías acerca de lo que Cristo haría (Isaías 42:1-7).

El ciego dijo que no sabía quién era Jesús, pero hizo lo que le dijo que hiciera, y él, que había sido ciego de nacimiento, ahora puede ver. “Una cosa es cierta: estaba ciego, pero ahora veo”.
Cuando miró al mundo por primera vez, debe haber sentido una alegría y una emoción indescriptibles que brotaban de su corazón. Debo haber estado rebosante de gratitud hacia Jesús por abrirme los ojos y permitirme ver.
Cuando cierras los ojos, parece que no hay nadie a tu alrededor. Pero no estoy caminando solo por este camino. Tenemos hermanos y hermanas de Sion que nos acompañan en el camino del evangelio. El Padre y la Madre celestiales están con nosotros, y numerosos ángeles celestiales nos ayudan en todos los campos donde predicamos el evangelio.
Ahora, abramos más nuestros ojos espirituales y miremos el mundo espiritual donde Dios está trabajando. Todo se está haciendo realidad como se predijo. Mirando la profecía, les pido encarecidamente que se den cuenta en su corazón del Espíritu y de la Esposa que están guiando todos los caminos de la profecía, y corran hacia el reino de los cielos con fe inquebrantable dondequiera que los lleven.