En la parábola del hijo pródigo, el segundo hijo, que heredó la propiedad de su padre, se fue auna provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente y vino a su padre nuevamente.
Su padre no lo odia, sino que le rinde un gran homenaje, diciendo que es el hijo que murió y volvió a la vida, que se perdió y fue encontrado de nuevo(Lc.15:11~24).
Tenemos un problema en que pensar aquí.
¿Es este hijo digno del trato de su padre? No sera.
Entonces el hijo mayor, que ayudó a su padre en el trabajo, no entendió a su padre(Lc.15:25~30).
Mas su padre dijo: Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado(Lc.15:32).
También estamos lo mismo.
Eramos un pecador que fuimos amados por Dios en el cielo y vivimos una vida gozosa, pero traicionamos a Dios por nos propias codicias y pecamos y fuimos arrojados a esta tierra.
Sin embargo, Dios no nos odia, sino que llama a este pecador lo que se había perdido, y vino a esta tierra para buscarnos, perdonó todos los pecados de los pecadores mortales y nos dio la salvación(Lc19:10).
Y como esto no fue suficiente, nos dio la gran bendición de reinar por los siglos de los siglos(Ap.22:5).
Aunque el hijo pródigo que regresaba no merecía ese trato, así como su padre mostró un amor especial, nosotros, como pecadores celestiales, también estamos siendo tratados especialmente por Dios.
Debemos esforzarnos por ser vistos por los ángeles como dignos del trato que recibimos, y debemos demostrar con nuestras acciones que el amor de un Dios justo es justicia.
Seamos transformados en aquellos que muestran la gloria de Dios para que el Dios justo y justicia pueda ser exaltado y santificado(Is.5:15~16).